sábado, 24 de noviembre de 2007

El Origen

De los columpios de feria no quedaba otra cosa que chapas de refrescos por el suelo, fragmentos de tickets y nuestras fieles malvas aplastadas por los tacos de madera que usaban para calzar la pista de coches de choque. Nuestras hierbas para echar tumbillos pálidas y apocadas por las ruedas de los trailers y de las enormes autocaravanas. La escuela había retomado su ritmo: mañanas de diez a trece y tardes de quince a diecisiete. Las carteras olían a tinta reciente, a página nueva de libro acabado de comprar.

Las lluvias de otoño habían desbordado los cuatro ríos que discurrían por nuestro valle. En la huerta ya habíamos trazado sobre la tierra los nichos para jugar al clavo y los hoyos para jugar a las bolas: si tenías una lima en lugar de una simple gavilla de hierro afilado o una bola china en lugar de la típica canica de cristal eras usufructuario de una extraña importancia, de un ingenuo engreimiento.

A veces la lluvia se interrumpía y el manto gris que taponaba el valle daba paso a un cielo repleto de oblongas y colosales nubes blancas. Luego aparecía un arco iris kilométrico que nos dejaba a todos boquiabiertos. Era noviembre en el pueblo. Aquel sábado todos huíamos de la inclemencia, refugiándonos en la Sesión de Tarde sin saber que aquella pasaría a la historia de nuestras vidas como el acontecimiento que estábamos esperando desde hacía mucho tiempo, desde que descubrimos que la tristeza también envuelve a los niños.

En la pantalla en blanco y negro de nuestro televisor marca Iberia, amenizado por el sonido de la lluvia al otro lado de la puerta, emitieron Charly y la fábrica de chocolate. Agonizaban los años setenta. Y aquella tarde gris, contra todo pronóstico, trajo un sueño de la mano. ¡Como olvidar aquel caramelo que nunca se gastaba!...

Tras la película salíamos a la calle a jugar, a comentarla, haciéndonos de nuevas, porque pese a ser la misma película, era como si cada uno hubiese visto un film distinto. Así de mágico era nuestro mundo de niños.

Ha pasado mucho tiempo, es cierto, y muchas cosas: buenas y malas. Pero hoy casi treinta años después… mientras los hombres de mi edad leen la prensa, ven el fútbol o critican libros que no conocen, yo consagro mis tardes a mirar las nubes, a perseguir arco iris, a inventar caramelos que nos hagan a todos la vida… más dulce.

Texto de Agustín Torralba.

1 comentario:

Darío dijo...

Estas piruletas devolveran la ilusión a todas las personas, que por el paso del tiempo la perdieron.
Reflejan los sueños, la fantasia, el color de la vida, en definitiva todo lo que los niños sienten antes de perder la inocencia.
Yo he tenido la suerte de probarlas y os aseguro esto es cierto.