martes, 27 de noviembre de 2007

Evocación (colección infantil)

Siempre supe que las aspas del molino no eran nada sin la magia del viento...

lunes, 26 de noviembre de 2007

Declaración de Principios

Hubo un tiempo en el que las calles del pueblo arrastraban un ligero olor a establo, a rebaño que transita, a recuas de mulas y a vida ordenada por el repicar del campanario. El reloj de la iglesia se había detenido hacía ya muchos años: empezaban a oxidarse las agujas y los números romanos.

Entonces en nuestro vocabulario eran corrientes acepciones del tipo balate, romana, arroba, cuartilla, saco, hilo de pita, terrones, acequia, torna, aparejo, serón, banco de herrar, burro, mulo, caballo, finquilla, merga, carrizo, junco, cortijo, capuana, penca, jamacuco, pipote, candelecho, taberna, caliche, escicha, cardo borriquero, chumbo, azulete, ocre, cal, blanqueo, tahona, “granao”, puchero, pipirrana, migas, hinojos, etc.

Recuerdo que nuestro padre organizaba pequeñas cuadrillas de peones para la recogida de la naranja y el membrillo y cuadrillas de mujeres para las habas. La vega de Órgiva era un ser vivo inmerso en la eterna canción del agua, en el trino de los pajarillos, en el rugido constante del río. Las amapolas salpicaban los trigales. Los naranjos crecían al amparo de los olivos…el tiempo era otro y el viento en los maizales nos recordaba que muy pronto llegaría el verano.

No sé cuando ni por qué nos sobrevino el abandono. Paulatinamente se fueron abandonando los campos. El casco urbano siguió creciendo y la vega fue asfaltada o simplemente dejaron perder la labor. La gente se hacía mayor, las nuevas generaciones poco o nada quisimos saber de la agricultura y los achaques de la edad o la ferocidad de la especulación llevaron a la venta de las tierras para adquirir pisos, muchas veces, con vistas a ninguna parte.

De ahí que os cuente esta historia y que estime necesario este preámbulo para dar paso a la declaración de principios que han impulsado este pequeño reto que es el proyecto D lirio.

Tras un periodo de decadencia, el turismo hizo florecer de nuevo el nombre de La Alpujarra pero curiosamente en nuestro pueblo no floreció ninguna industria que hundiera sus raíces en el comercio de los productos autóctonos y las escasas alternativas que fueron, terminaron desvaneciéndose. De ahí el proyecto D lirio para rescatar esos campos perdidos, aprovechar y transformar sus recursos, terminando con esa actitud equivocada que nos lleva a despreciar los frutos de nuestra propia tierra.

No es una iniciativa netamente empresarial, ni estrictamente gastronómica… Lo que pretendemos es poner de manifiesto la riqueza natural de la que es cabeza de partido judicial y en consecuencia La Ciudad más importante de todas Las Alpujarras. Recordar a los olvidadizos y enseñar a las nuevas generaciones que la tradición y la modernidad no solo pueden coexistir sino que deben hacerlo. Y que la verdadera cultura se fomenta desde el conocimiento de las costumbres, el respeto a aquellas tradiciones que hacen de la dignidad de los hombres su estandarte y desde el amor hacia la tierra que nos vio crecer. Intentamos en definitiva, aportar un granito de arena para fundar otra vez la esperanza ha tanto perdida. Todo ello ¡claro está!,lejos del caciquismo recalcitrante que durante largo tiempo campó a sus anchas por nuestra geografía. Donde la vida se doblega...¡nunca!

En lo que al nombre D lirio respecta, os diré que apoda a una familia de orgiveños de pura cepa… ¡La Nuestra! pero eso ya, es otra historia…

sábado, 24 de noviembre de 2007

El Origen

De los columpios de feria no quedaba otra cosa que chapas de refrescos por el suelo, fragmentos de tickets y nuestras fieles malvas aplastadas por los tacos de madera que usaban para calzar la pista de coches de choque. Nuestras hierbas para echar tumbillos pálidas y apocadas por las ruedas de los trailers y de las enormes autocaravanas. La escuela había retomado su ritmo: mañanas de diez a trece y tardes de quince a diecisiete. Las carteras olían a tinta reciente, a página nueva de libro acabado de comprar.

Las lluvias de otoño habían desbordado los cuatro ríos que discurrían por nuestro valle. En la huerta ya habíamos trazado sobre la tierra los nichos para jugar al clavo y los hoyos para jugar a las bolas: si tenías una lima en lugar de una simple gavilla de hierro afilado o una bola china en lugar de la típica canica de cristal eras usufructuario de una extraña importancia, de un ingenuo engreimiento.

A veces la lluvia se interrumpía y el manto gris que taponaba el valle daba paso a un cielo repleto de oblongas y colosales nubes blancas. Luego aparecía un arco iris kilométrico que nos dejaba a todos boquiabiertos. Era noviembre en el pueblo. Aquel sábado todos huíamos de la inclemencia, refugiándonos en la Sesión de Tarde sin saber que aquella pasaría a la historia de nuestras vidas como el acontecimiento que estábamos esperando desde hacía mucho tiempo, desde que descubrimos que la tristeza también envuelve a los niños.

En la pantalla en blanco y negro de nuestro televisor marca Iberia, amenizado por el sonido de la lluvia al otro lado de la puerta, emitieron Charly y la fábrica de chocolate. Agonizaban los años setenta. Y aquella tarde gris, contra todo pronóstico, trajo un sueño de la mano. ¡Como olvidar aquel caramelo que nunca se gastaba!...

Tras la película salíamos a la calle a jugar, a comentarla, haciéndonos de nuevas, porque pese a ser la misma película, era como si cada uno hubiese visto un film distinto. Así de mágico era nuestro mundo de niños.

Ha pasado mucho tiempo, es cierto, y muchas cosas: buenas y malas. Pero hoy casi treinta años después… mientras los hombres de mi edad leen la prensa, ven el fútbol o critican libros que no conocen, yo consagro mis tardes a mirar las nubes, a perseguir arco iris, a inventar caramelos que nos hagan a todos la vida… más dulce.

Texto de Agustín Torralba.